lunes, 10 de marzo de 2014

Subiendo las escaleras al desván

Casi nadie sube al desván, salvo en contadas ocasiones para dejar cosas. Y yo no soy una excepción. Allí arriba, en ese lugar olvidado por todos solo hay trastos. Objetos olvidados ajenos a todo, muebles antiguos de épocas pasadas. Figuritas, soldaditos, juguetes de la infancia ya en desuso. Cogiendo polvo entre telarañas y penumbra. Aquellos trastos que amontonamos sin miramiento, pensando que algún día tendrán un valor o un nuevo uso que darles. Quién sabe si en el futuro necesitarás ese cuna de bebe que lleva guardada allí desde que empezaste a dormir en tu propia cama. Quién sabe si ese cuadro, heredado de tus abuelos, tiene algún valor económico. Tal vez sea un Sorolla o una de esas obras surrealistas de Joan Miró. Pero nunca lo sabrás porque no subimos al desván.

Pero hoy es diferente. Después de llegar del trabajo, dejar las cosas y comer algo, he decidido echarle un vistazo a todos esos trastos amontonados allí arriba. Uno a uno fui subiendo los escalones de los tres pisos que es mi casa. En el último, en la buhardilla una pequeña puerta con su marco hace de propia pared. Ahora que lo pienso, es muy probable que esta puerta lleve sin abrirse alguna que otra década. No recuerdo la última vez que se abrió. Lo más probable es que fuera mi madre en sus múltiples "día de recogida" dónde todo lo que ella viera que no tenía uso iba para una caja, y esta directa a coger polvo.

Lo que iba diciendo que me estoy yendo por las ramas. El pomo estaba algo corroído, con los tornillos un poco oxidado. Con cuidado de no romperlo (hay que añadir que soy extremadamente fuerte (quién dice fuerte, dice tirando a normalito/enclenque/escuchimizado) ) tiré hacia dentro. Toda la tierra acumulada durante los eones sin abrirse, creo un surco del que estaría orgullo más de un agricultor. Ya dentro, la penumbra lo embriagaba todo. Al fondo y como único foco de luz, un pequeño tragaluz dejaba pasar muy nítidamente algún que otro rayo de sol. Busqué a tientas el interruptor de la luz hasta dar con él.

Se notaba que hacía tiempo que no entraba nadie en el desván (siento ser repetitivo, pero si se coge toda la tierra que hay ahí arriba acumulada, en el Retiro habría una playa...) A la bombilla le costó encenderse varios segundos. Cuando la habitación estaba "iluminada" cientos de trastos cobraron vida ante mis ojos. 


Imaginad que hay más cosas.


Al igual que con un árbol o como en el principio de la superposición de estratos (¿Habéis visto?, hasta aprendéis cosas en el blog) se puede saber la  edad de una casa o en este caso de un desván viendo las capas de las que consta. Al fondo podemos comprobar varios muebles que por poco no han sido utilizados como decorado de Cuéntame, un armario algo cojo, una mesilla de noche con su lámpara a juego (sin la tulipa). Un poco más allá, cerca del tragaluz hay algo tapado con una sabana carcomida. Parece un espejo, si vuelvo a subir al desván lo investigaré. Como ya dije antes, todo está plagado de cajas, algunas de Ikea, del Carrefour también hay unas cuantas, incluso hay una caja de la frutería del barrio. 

Justo delante de mi hay una de estas innumerables cápsulas del tiempo, bien sellada con cinta de embalar. A su derecha hay una entreabierta, mi primer objetivo. Para mi sorpresa, en su interior hay algo que llevaba buscando desde hace tiempo, los cromos de la Liga. Saqué uno de los innumerables fajos con los elásticos dados de si, a punto de romperse. La primera de las estampas es de Joseba Etxeberría, del Athletic. Debajo de este atisbo a Mauro Silva del Depor, y el tercero es el holandés Cocu del Barça.  No sigo tirando por miedo a romperlos, algún día tendrán valor, estoy seguro.

Doy varios pasos hasta adentrarme en el Bosque de Trastos, hay bastantes cosas y poco espacio para andar. Encima de varias cajas está la guitarra rota de mi hermana, recuerdo porque está aquí. Cuando le dio por ser cantante y se empeñó en que le compraran un instrumento, le regalaron por su cumpleaños esta guitarra. Meses después, y habiéndola usado dos o tres veces a lo sumo, mi madre la subió. Y aquí esta, cogiendo polvo junto al resto de objetos viejos. Sigo caminando, levantando los pies e intentando meterlos entre los huecos libres. Varios metros más allá hay una caja de juguetes, sobresaliendo del cartón hay una pelota. Es mi balón Mikasa, era una piedra, el infierno para quién tuviera que darle con la cabeza. Recuerdo que fue un regalo de mi entrenador de aquella época, cuando se jugaba en campos de tierra y no en el césped artificial de ahora.

Me encuentro ya en medio de todo, rodeado por telarañas y polvo. Una nevera sin puertas no me deja avanzar más allá, así que me giro sobre los talones y mi mirada vaga por todas las cosas que algún día fueron usadas. Allí, en la pared opuesta se distingue una bicicleta estática. Ahora está siendo usada como todas las del mundo, de perchero. Con anterioridad, fue adquirida por mi familia porque a mi padre le dijeron que tenía el azúcar alto, que tenía que hacer ejercicio. Pero ahí está, cogiendo suciedad como el resto de trastos.

Con un grito desde abajo de la señora de la casa, mi madre, a la voz de: ¡La Cena! terminó mi aventura. Pero si no sucumbo a la vagancia y la pereza, volveré a recorrer el entramado de cajas que es mi desván.




Y hasta aquí la pequeño relato sobre las cosas que casi todo el mundo tiene en su desván. Lo más probable es que os hayáis quedado con la curiosidad de saber que más cosas hay en mi vieja buhardilla, pero tendréis que esperar, tal vez y solo tal vez, vuelva de aventuras por el Bosque de Trastos.


Vuestra cara al enteraros de que por ahora no hay más, lo sé, es un relato demasiado bueno como para esperar tanto tiempo. Pero si yo espero por George R. R. Martin, vosotros también :)


Esta es la primera entrada de Los Trastos del Desván, por mi parte espero que la primera de muchas. Quiero daros a conocer que podréis encontrar en este humilde blog. Por la estructura del mismo y las categorías que podéis ver, queremos mostrar que nos entretiene, que "trastos" hay por el desván que es Internet, un lugar lleno de cosas, muchas de ellas olvidadas entre los miles de contenidos similares, pero que quizá tengan valor.

Antes de despedirme, quiero hacer tradición del blog la recomendación de una canción. La que os traigo hoy tiene ya cerca de tres años, pero me sigue encantando escucharla. No es que sea mi predilección, pero esta en particular tiene su encanto. Os dejo con Mirror de Lil Wayne, con la colaboración de Bruno Mars.

¡Hasta la siguiente entrada!





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